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Foto del escritorMayra Cotes

Mis piernas

Esa manía mía de personificar las cosas inanimadas. Aunque, no son exactamente cosas y si son muy animadas, voy a hablar de mis piernas.


A pocos les confesaría que a ellas les debo mi matrimonio. Cuando mi esposo cuenta cómo nos conocimos empieza diciendo “yo vi un par de piernas que venían hacía mi”, como si ellas no sostuvieran a toda una persona que cabalgaba sobre ellas. Y poco después de eso un tobillo cómplice se torció frente a él obligándome a la escena más icónica e incómoda del cuento y cual cenicienta vi cómo el príncipe se hincaba mientras sostenía mi pie, no poniéndome una zapatilla de cristal, sino verificando que no hubiese fractura que para el caso es lo mismo.


Mis piernas, todas ellas, esos ciento cuatro centímetros que me separan del suelo, son sin dudarlo una ilusión óptica. Muchos piensan que soy más alta de lo que soy en realidad y muy probablemente, cuando estoy sentada, no imaginan la elevada distancia que me separa del suelo al estar de pie. Algunos dirían que mi número de tropezones al día son una oda a mi despiste, mientras otros aseguran que la cantidad de veces que me tuerzo el tobillo al mes, es directamente proporcional a mi enamoramiento.


Ese sesenta por ciento de mi existencia, ha encontrado la manera de guiarme cuando el camino elegido no es el que grita el alma. Se niegan a andar, mis tobillos se hinchan, las rodillas duelen, se tropiezan como diciendo devuélvete, cambia la ruta.


No disfrutan correr ni hacer sentadillas, pero sí bailar. Bailan auténticas a solas y más de una vez me han abochornado dejándose llevar en público, seducidas por la música.


Me pregunto ¿cómo sería? Si no las limitara con mi recato, con ponerle sensatez a mis pasos. ¿A dónde me llevarían mis piernas? Sacarían a patadas lo que está mal en mi vida, jugarían a la pirinola con los problemas para no dejarme agobiar, saltarían los obstáculos mentales que me impiden avanzar, pisarían las uvas que me da la vida y volverían vino las circunstancias.

Ya rebeldes se niegan en casa a usar zapatos, parecieran olvidar que esa preferencia nos ha causado dos fracturas de “meñique” contra la pata de la cama. A veces con vida propia se sumergen en mi mar y me dan paz, me sostienen y sostienen a mis hijos y hacen amorosas llaves turcas y justo ahora me brindan un escape para hablar de ellas y no pensar por ejemplo en que acaba de fracasar un acuerdo de paz.




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