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El arte de la mamadera de gallo

  • Foto del escritor: Mayra Cotes
    Mayra Cotes
  • 28 abr
  • 5 Min. de lectura

Soy de la costa caribe de Colombia, y para todo aquel que la conoce sabe que acá se mama mucho gallo, sé que cualquier local entiende la expresión, pero si soy afortunada, y este escrito trasciende las fronteras de mi ciudad y lo está leyendo alguien que no entiende el término, le explico: mamar gallo es equivalente a tomar del pelo, bromear, hacer una chanza y en casos extremos se puede confundir con bulling.

La costa Atlántica de Colombia es como lo diríamos acá “la capital del perrateo “ otra forma de decir “mamadera de gallo” acá el que de papaya ( permita la oportunidad) le maman gallo, le ponen algún apodo, le sacan chiste a la situación y a su protagonista.

Pero la mamadera de gallo, no le sale bien a todo el mundo, para ejecutarlo de la manera correcta y elevarlo al nivel de arte debe hacerse con el respectivo decoro, con inteligencia y precisión, sino es simplemente una burla y en ese caso no merece ningún cometario ni menos un ensayo. La mamadera de gallo implica un goce para todos los involucrados, picardía, inteligencia y muy buen sentido del humor.

Hablar de esto me evoca, irremediablemente, a mis primeros años de bachillerato y a mi profesor de biología, mi querido profesor William Guerra. Es curioso cómo algunos docentes se nos quedan en el corazón y cómo sus palabras pueden inscribirse en tu estilo de vida para siempre. El profesor William , se tomaba unos segundos para hablarnos y educarnos de temas más allá de su asignatura, dejaba de lado la explicación de la generación espontánea y decía por ejemplo, “usted debe siempre cargar un pañuelo y pedacitos de papel higiénico, ( más que nada, se dirigía  los niños del salón) aun así  tomé el consejo para mí, porque en mi mundo machista caribe con capital en mi colegio, ser niña implicaba hacer la traducción de género simultanea para no quedarte por fuera de la información y no ofenderte  con la falta de inclusión. Es más, normalizarla y seguir con nuestras vidas era la única forma de ser incluidas. Con el pañuelo, explicaba el profesor William, se seca el sudor si lo necesita y con los pedacitos de papel higiénico se sopla los mocos y vota ese papel (en aquellos tiempos no eran muy populares los pañuelos desechables) no vaya a estar usando el mismo pañuelo para las dos cosas y si usted que es un caballero quiere ofrecer el pañuelo a una dama no lo va a estar entregando untado de mocos. Entonces en mi cabeza traduje dama, caballeros y cualquier otro distintivo que se limite a un género en particular y los reemplazo por la palabra persona y listo, me apropié de la recomendación, porque sé que era simplemente la forma de hablar de ese entonces y no había mala intención.

 Sí hoy en día revisas mi mochila Wayú que cargo para todos lados o mi bolso a juego con los zapatos según sea la ocasión, vas a encontrar pañuelos desechables, pañitos húmedos y una toalla de papel estratégicamente doblada. Es el legado de la información aprendida de William Guerra con mi toque práctico personal. Y me verás ofreciendo a diestra y siniestra pañuelos a quien vea en apuros con alguna secreción involuntaria.

Volviendo al tema de la mamadera de gallo, el mismo profesor nos explicó cómo se debe hacer de la manera correcta hasta poder denominarlo “arte”. Insistía - hacer una buena mamadera de gallo implica que del chiste se ríen todos involucrados: el mamador de gallo, la persona de la que salió el chiste y los presentes. Si alguno de los implicados no se está riendo usted lo está haciendo mal-. La interpretación mía de esta frase es: haga bromas, haga chistes de una situación, pero no se burle de las personas, no las ofenda, no transgreda sus límites, no le toque temas sensibles, no los lastime, no lo tome de bufón frente a otros. De lo contrario usted no es más que un agresor y no le vale de nada sacar la bandera de su costeñidad, de la idiosincrasia a la que pertenece para justificar su proceder.

En este orden de ideas recuerdo una mamadera de gallo perfecta en la que siendo yo la protagonista cumplió los tres requisitos, se rio la que hizo el chiste, los presentes que aportaron más y más apuntes y yo, incluso cada vez que recuerdo el momento a solas como ahora que escribo al respecto vuelvo a reírme y a celebrarlo.

Ya lo he dicho muchas veces me encanta el color terracota. Tanto que mandé a hacer unas cortinas de ese color para mi sala; cambié de casa y en el nuevo hogar no se requerían las cortinas así que quedaron guardadas, pero como me encantaba el color y la tela decidí mandar a hacer una falda con ella. Mi falda quedó espectacular, yo me sentía con ella como cenicienta antes de doce y la llevé a un evento de poesía. Las amigas siempre amables, que también asistieron, se desvivieron en halagos por mi falda y yo muy honestamente les confesé que antes que falda ella había sido cortina. La confesión fue bien recibida y respaldada en las suyas propias al contarme que también los velos de sus casas habían terminado siendo atuendos de galas y festejos.

La artística mamadera de gallo, ocurrió luego en casa de parte de las personas con las que comparto a diario y los comentarios empezaron así “Hay que abrir el ojo con la cortina del cuarto, sino la veremos estrenando manta guajira prontamente”. Y la cosa continuó “Ustedes se imaginan a esa falda dictando cursos de superación personal y que los eslóganes promocionándolo sean ¡La que puede puede! ¡Yo nací cortina, pero me mentalicé falda!, ¡Empodérate, que seas cortina no te impide llegar a ser falda”. 

A nadie se ofendió, todas moríamos de risa y seguíamos aportando eslóganes al curso que dictaría mi falda. El momento se vivió y se recuerda con gran alegría. Se cumplió el objetivo, esto es el arte de mamar gallo.

Mi falda sigue recibiendo buenos comentarios en las fotos que publico y para mí es un reconocimiento tácito a mi ingenio y el noble aprovechamiento del recurso, cosa que me llena de mucho orgullo.

La otra mamadera de gallo, la burda, sin talento, esa que solo busca destruir no la soporto.  Agradezco vivir en estos tiempos donde es censurado creerte con el derecho de ridiculizar a los demás, los comentarios sobre mi cuerpo o mi forma de hablar o la intención con la que hago las cosas sobra decir que no me parecen chistosos, de hecho, entiendo que hablan más de la escasez de inteligencia o de los propios prejuicios del que los emite y hasta cierta compasión me dan por su falta de chispa. Si te sirve de consejo, si alguien te dice que tu comentario lo lastimó o no le parece a apropiado no insistas en justificarte en tu sentido del humor, pide disculpas y no busques que el otro corra sus límites para que tu estés cómodo con lo que a él lo lastima.

Les cuento que el profesor William murió, en los tiempos de pandemia. El COVID lo venció, pero de alguna manera eludió a la muerte haciéndose presente todavía en sus enseñanzas. Sólo espero que  se haya enterado que sus palabras a estos chicos y chicas de doce años dejaron un legado positivo y treinta y cinco años después se le recuerda con respeto y cariño.



 
 
 

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