Contrario a lo que se podría pensar de mí, no tengo la agilidad para responder con agudezas. Tal vez doy esa impresión porque en ocasiones mis respuestas son el resultado de un previo diálogo interno que coincidió con una conversación posterior. Y muy seguramente el diálogo interior es motivado por aquellas conversaciones inconclusas en las qué no supe qué responder.
La auto contemplación me permite evaluar circunstancias, reconocer los buenos momentos y la sensación exacta que generan; también los malos, y qué decisión me llevó a ellos.
En estos días se popularizó una canción donde la intérprete menciona hablar con ella misma por horas. Me identifico con la situación, aunque admito que no por tener conmigo misma el dialogo significa que estoy de acuerdo en todo lo que me digo, ni que mi interlocutora conozca a la perfección mi posición frente a un tema. No son pocas las veces que me encuentro con una enjuiciadora radical extrema que me hace enojar muchísimo, otras veces resulta ser muy complaciente y me da razones de dopaminas, una vida única por vivir y carencia de herramientas para afrontar situaciones. Sí, ella es alucinantemente permisiva, aunque moralmente cuestionable. El hecho es que entiendo que ambas, la severa y la alcahueta, son una estrategia única de autoconocimiento.
Puede pasar que descubra que con el tiempo cambié de opinión respecto a un tema o que, a pesar de haber crecido, sigo pensando igual y enfatizo mi criterio.
La auto contemplación me permite evaluar circunstancias, reconocer los buenos momentos y la sensación exacta que generan; también los malos, y qué decisión me llevó a ellos. Pero también me hace consiente de la falta de control de muchos factores y reconozco que mi único poder es elegir con que actitud recibir la experiencia.
Por otro lado, también está esa niña interior, temerosa e insegura de sus decisiones, acostumbrada a vivir regañada y a qué le ordenen qué debe hacer. Esa niña me da mucho trabajo, sobre todo cuando algo sale mal. Si fue mi decisión confiar, y en respuesta me hacen daño, ella me castiga, me cuestiona y me culpa. Es difícil reconocer en estos casos el verdadero origen de “esa voz”, pues casi siempre descubro que no es más que una infiltrada, una polizona en mis pensamientos, un fantasma ocupando el cuerpo de “mi voz”. La conjuro a quedarse en el pasado, que abandone mi diálogo y la exorcizo arrojándole el agua bendita de mi propio ser. Saco las estadísticas de cuantas veces seguir los mandatos de los demás logró otorgarme felicidad y cuántas veces intentando colmar sus expectativas me traicioné a mí misma y aun así no faltaron los señalamientos.
Y pasa que a veces todo esto decido escribirlo, disponiendo una ventana abierta a terceros, una invitación a mi mundo interior y eso le da otra dimensión.
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