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MI RELACION CON EL AGUA

Foto del escritor: Mayra CotesMayra Cotes

Nací y me crie en Santa Marta. Desde que tengo uso de razón en mi amada ciudad el suministro de agua es precario. He pasado desde los sistemas más rústicos para abastecerme del preciado líquido, hasta las soluciones más prácticas, que, en estas circunstancias, se puedan acceder.



Mi infancia, transcurrió en los ochenta, en un barrio de estrato tres tirando a dos, con padres asalariados, criando cuatro hijos, así que “boyantes” no era una palabra que describiera nuestra economía. Por ese entonces, para una familia como la nuestra, la forma de solucionar el acceso a este servicio público era hacer un agujero en la calle, justo frente a tu casa que conectara con el tubo madre y almacenarla en tanques en patio, baño y cocina. Nos bañábamos a “totumazos”, bajábamos el inodoro a baldazos, lavábamos platos meticulosamente colocados para que el enjuague fuera eficiente, con agua recolectada en ollitas que reposaban sobre el mesón de la cocina. Y bueno, se le iban dando soluciones coloquiales a cada impase, soluciones individuales, que luego a fuerza de que cada uno hacía lo mismo se iban volviendo comunales, pero  a los samarios de ese entonces no se les daba mucho lo de la protesta social; éramos más de la onda de Smith “dejar hacer, dejar pasar” y si en el proceso se te ocurría un buen chiste al respecto hasta le agarrabas gusto a la situación y no era como que te fueras a exigir tus derechos por unos servicios dignos, si el agua llegaba dos veces por semana, entonces  ese día se lavaba  y se recogía para abastecerse hasta la próxima vez que viniera, se vuelve uno en experto en racionar y se espera pacientemente a que se normalice el servicio o en casos ya desesperados pues se va de paseo al rio y se la pasa uno bien al menos por ese día. Lo que les cuento pasaba en verano porque en la temporada de lluvias, la historia es otra, pero de eso hablaremos en otra ocasión. 


Esto con referencia a la cantidad de agua, ahora bien, respecto a la calidad el manejo era otro. Si el agua era para uso doméstico, como llegara estaba bien, pero si era para consumo si había que recurrir a otras prácticas como hervirla, filtrarla, echarle cloro y en muchos casos todas las anteriores. En general, el agua era agua dura, es decir, con alto contenido de carbonato de calcio, así que se designaba una olla, regularmente de peltre, para que fuera la olla de hervir el agua y se sabía que con cierta regularidad había que cambiarla porque la costra que se le formaba en el fondo sería imposible de quitar eventualmente. De ahí la olla pasaba a otras funciones menos vitales como usarse para hervir ropa que requiriera desinfección o contener alguna planta exuberante y pasar de la cocina al patio sin escalas.  En fin, no nos perdamos en los utensilios de cocina y sigamos con la relación directa con el agua.


En la medida en que los ingresos de la casa iban mejorando, se podía hacer la maravillosa inversión de un sistema de almacenamiento de agua subterráneo, acá le decimos alberca, un motor, la motobomba, que sube esa agua hasta un tanque elevado, en ese tiempo de Eternit, y todo un sistema de tuberías que redistribuyera el agua por toda la casa. Cabe anotar, que para sostener la tapa de dicho tanque eran necesarios otros aditamentos, sendas piedras que las mantuvieran en su puesto porque en temporada de brisas lo más probable es que de no tenerlas, las tapas salieran disparadas cual platillos voladores escalabrando a algún desprevenido transeúnte y destrozándose en el impacto.



Una vez instalado el nuevo sistema, se pasaba entonces de los “totumazos” a por fin el uso de la regadera, las llaves de los lavados y las palancas directas de los inodoros. Claro, estas modificaciones, traían sus propios inconvenientes, que también sorteábamos con toda naturalidad e implementábamos los planes de contingencia con el mismo estoicismo que cuando arreábamos agua, sin cuestionarnos demasiado en ello. A veces el agua no llegaba ni siquiera a la alberca subterránea y las tuberías se llenaban de aire, cuando se reestablecía el servicio por ende la motobomba dejaba de funcionar y era necesario “cebarla”, es decir agregarle algo de agua por un tubo alterno para estimular su función.  Y bueno, si en tu casa había hombres, lo más normal es que si eras una niñita vieras a esos hombres cargar los baldes de agua, cebar las motobombas, lavar con cierta regularidad las albercas y los tanques elevados, saber que había un sistema de flotadores que detenían el ingreso de agua una vez estuviesen llenos los abastecimientos y si alguna vez ocurre un desbordamiento intuir que este puede ser un elemento a revisar. En fin, creces con la idea que esta información está impresa en el ADN de los hombres y asocias la masculinidad a la capacidad resolutiva que tengan tus congéneres de las circunstancias que se puedan generar alrededor de proveer agua a un hogar. Yo crecí con la idea de que un hombre por ser hombre sabe que es una motobomba y como cebarla dado el caso. Qué es un tanque, qué es una alberca y cómo se lavan; como atezar o aflojar una boya y que herramientas se requieren para ello. No significa que si eres mujer no lo puedas o no lo sepas hacer, significa que, si hay un hombre presente, se asume que a él es a quien le corresponde hacerlo.


Luego fui adulta y viví en otra ciudad y ahí la realidad y la relación con el agua era distinta, el agua estaba y ya nadie se cuestionaba que no llegara a casa, es más los habitantes de esa ciudad tenían la idea que la calidad del agua que consumían era optima y la bebían directamente de la llave, ahí no había cosa tal como la olla de hervir el agua que luego fuera una matera. Al alquilar vivienda era mirada como bicho raro al cuestionarme sobre el sitio donde estaba ubicada la alberca. Entonces imaginen la situación, el de la inmobiliaria describiendo la casa, “bueno acá tenemos cuatro cuartos… (y yo interrumpiendo) ¿y la alberca? Yo estaba más preocupada por verificar la higiene de la misma que por la distribución de cuartos o cocina y la persona de la inmobiliaria me miraba extrañada como preguntándose “¿De qué estás hablando Williy?” (frase típica de los de mi generación que hace referencia a una comedia). Con el tiempo aprendí que no había alberca por la cual preguntar, pero la información y creencias sobre el manejo del agua en Santa Marta seguía viviendo en mí.


Al regresar a mi ciudad, ya de adulta, mi ciudad, hermosa ciudad que amo, esta que no transmuta en el tiempo, que crece, pero no cambia, que se expande, pero es en esencia la misma, donde sigo escuchando la misma música en las emisoras que cuando me fui, encuentro que en ella sigue existiendo el mismo problema con el agua, lo chistoso y chistoso de raro como dicen los Backyardigans es que las soluciones siguen siendo coloquiales, folclóricas y seguimos sin conflictuar con la adversidad.




Entonces ahora proliferan los carrotanques y se convirtió esto en una fructífera empresa que te soluciona el problema y ya el hueco en la calle está mandado a recoger, llamas al del carrotanque a que llene la alberca directamente y te vuelves a preocupar por ello si a los tres días aún no llega el agua. Hay fábricas de filtrado de agua, te entregan el agua purificada, puedes ir a dispensarla tú mismo como cajero automático o recibirla por una módica suma en la comodidad de tu casa.


Recientemente la situación con el agua se volvió un asunto nacional, se habla de racionarla en distintas partes del país; ahorrar, almacenar, son términos que se están volviendo comunes en el lenguaje de los colombianos y los samarios vemos con extrañeza como es para los demás una  nueva realidad, no tener agua permanentemente lo que para nosotros era parte del paisaje.


Cuando ya fue mi hogar de adulta en Santa Marta en el que me tocó solucionar el suministro, fue chistoso, insisto, chistoso de raro para mí, ver como un hombre adulto que no era de la región no supo que era cebar una motobomba la primera vez que le pedí que lo hiciera, ya era raro tener que pedírselo pues yo había aprendido que era algo que ellos realizaban casi que por instinto. Ese día tuve que descodificar mi cabeza reaprender muchas cosas reacomodar mis creencias y a aparte solucionar yo el asunto del agua.  Pero estas situaciones te sirven para reflexionar en lo que das por hecho y no te tomas el tiempo de cuestionar. En relación con el agua en Santa Mata, por ejemplo, debes sobre pensar acerca de su uso para consumo y premeditar su duración para poder abastecerte de ella con el tiempo suficiente para que no sufras carencias.  Debes mandar a pedir  la cantidad de  tanques que supones necesitaras, pero que el número no sea tanto que agobie el espacio en casa, promediar cuanto durarán, saber que si el día es más caluroso consumirás más, que si recibes visitas te pedirán agua y eso interfiere en el tiempo de duración, que si preparas jugos también, que debes llamar al muchacho de los domicilios con el tiempo suficiente para recoja los tanques y luego los alcance a traerlos ese mismo día,  no puedes salir , sino ¿ quién recibe el agua? y si se aproxima el fin de semana incluir en tus cálculos que el domingo no hay servicio. Si de todos modos decides salir, debes sacar el tiempo para ir a llenar los tanques tú, pero antes de seis que cierran el lugar donde dispensan o asumir el sobre costo de comprar garrafones en el super o el mal sabor de comprar agua de bolsa. Son muchas cosas más para añadir a la carga mental de llevar una casa y son cosas con las que lidiamos sin darnos cuenta. Y que tal vez no logras ver hasta no sopesarlas con otro contexto.


Finalmente, no deja de asombrarme como toda esta dinámica genera una nueva jerga que puedes usarla según quieras abordar tu discurso desde la fragilidad o el empoderamiento y se me ocurren varías frases que describen diferentes situaciones y momentos del rol que quieras escoger puedes decir “yo sola cargo mis garrafones” o “yo tengo quien cebe la motobomba de mi casa” o “yo no sé amarrar la boya, pero puedo aprender”.


En lo personal, actualmente vivo en un edificio cuya administración se encarga de garantizar el servicio, es decir ellos llaman al carro tanque, revisan la boya y lavan la alberca, pero la niña que habita en mí, que vivió desde el hueco en la acera buscando el tubo madre y hasta cebar muchas motobombas aún tiene un tanque en el baño almacenando agua... por si acaso.

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