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Foto del escritorMayra Cotes

CABALLO GRANDE ANDE O NO ANDE


No sé de dónde salió esa poco sutil comparación entre las mujeres corpulentas y los equinos. Decirnos yeguas o de plano caballotas, como si ni el par femenino del caballo mereciéramos, es como si condenadas por nuestra supuesta fortaleza hasta la feminidad se nos negara.

Considero que no soy particularmente grande, solo estoy un poco por encima de la talla promedio de las mujeres de mi entorno. Pero a fuerza de que constantemente me estuvieran recalcando mi tamaño y mis medidas y ser blanco de los más creativos pero humillantes apodos, desarrollé una especie de trastorno dismórfico, creyéndome en verdad, la señora Nebbercracker de la película “La casa de los sustos”. Como ella logré adaptar una serie de mecanismos de defensa que en este caso no se trata de lanzar piedras a los niños transgresores, pero sí de darme un cierto aire de orgullo, mirar de arriba abajo a mi interlocutor y tratar de devolver la jugada haciéndolo sentir muy pequeño, respondiéndole “yo no soy una caballota, yo soy toda una hembra” fingiéndome sobrada, queriendo hacerle ver que estoy por encima de sus críticas y sus propias frustraciones. Aunque ciertamente me sienta un fenómeno de un circo. Hoy día aprendí que si alguien lo primero que hace al verte es un cometario despectivo de tu físico denota una pobreza mental y te está develando sus propias inseguridades, al punto que inmediatamente siento pena por él y sus vacíos emocionales.


Considero que no soy particularmente grande, solo estoy un poco por encima de la talla promedio de las mujeres de mi entorno.

Pero cuando eres una niña y te avasallan con críticas y burlas y no tienes los elementos para ver las carencias del otro, construyes con cada burla una coraza, a cincelazos esculpes una armadura de afuera hacia adentro, adoptas la personalidad que tu cuerpo dicta, o más bien la que dictan los comentarios de los demás sobre tu físico porque de alguna manera tienes que protegerte.

“Cuando uno es grandota nadie lo consiente” decía una de mis tías y remataba con este cuestionamiento “¿Quién va a consentir un escaparate?” No sé qué me produce más tristeza, si la autoimagen de mi tía como un mueble voluminoso y obsoleto no merecedor de amor, o el haberlo interiorizado hasta creer que había razón en sus palabras y hacer mía esa autoimagen.

Aprendes que si eres grande y te ves fortachona más te vale que en realidad seas fuerte porque algo si es seguro, nadie te va a contener y de cierta manera se te comienzan a negar los abrazos. al parecer das la impresión de no necesitarlos y como el que a buen árbol se arrima buena sombra lo cobija, ante tu imagen frondosa y personalidad robusta comienzan a rodearte los que buscan el cobijo de tu sombra y ya no solo eres el caballo- mujer, fuerte, de paso firme , ahora eres un ser anclado al que todos se recuestan emocionalmente y en algunos casos hasta aparece la crueldad ante tu imposibilidad de movimiento y la consigna es , “ella es fuerte lo resistirá”, ella está firme, aferrada, arraigada, no la va a mover nada.

Te crees el cuento de cómo te hacen creer que te ves y como te tratan, pero (Altas sabe muy bien de que hablo) soportar tanto peso es insostenible en el tiempo y por mas capas de fortaleza que hayas creado desde afuera, corres el riesgo de romperte. No lo puedes explicar muy bien, pero todo tu ser grita por recibir un abrazo. No dar un abrazo, recibir un abrazo. Yo he dado muchos abrazos en cuerpos inertes y el frio es mayor, porque viene con tu propio reproche al dar afecto a quien no lo corresponde y me he sentido inmensamente triste y ridícula.

Tal vez ese instinto de supervivencia que sobre pasa la adaptación de mecanismos y estructuras te sugiere que es necesario sanar y esta vez desde adentro. No necesariamente estás tú mal, te permite reconocer el entorno agreste y la injusta causa que te llevó a crear tu armadura. Revisas tus fotos viejas y te das cuenta que no tiene sentido, encuentras a una niña flacucha y bella con todo el derecho a ser amada y protegida, hojeas tus fotos actuales y ves a una mujer hermosa merecedora de amor. Realmente no lo entiendes. Después de todo hasta la señora Nebbercracker recibió afecto.

Inicias una búsqueda desde tu interior y lo sabes, ese amor no va a venir del exterior. Socavas desde adentro para emerger en una eclosión desgarrada que rompe paradigmas y prejuicios y ahí estas tú desnuda, vulnerable, pero con todas las posibilidades frente a ti descubriéndote bella y libre y asumes tu nuevo yo, tanto así, que si has de ser caballo en ese caso serías una fabulosa, una majestuosa Pegaso.



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